“El fantasma de la guerra con el que las clases dominantes aterrorizaron y sojuzgaron a las clases desposeídas comenzó a ser desmitificado: la guerra era la forma inequívoca que tomaba la lucha de clases en un momento de crisis de dominación”
Juan Carlos Marín
La guerra como categoría nos permite pensar la forma que toma el ordenamiento social para la producción de la vida material bajo este sistema capitalista en su fase financiera. No nos referimos al complejo militar armamentístico que constantemente sacan a relucir la potencias capitalistas. Hablamos de relaciones sociales que prolongan un disciplinamiento y un control sobre los cuerpos, con el fin de mantenerlos produciendo y reproduciendo el régimen de explotación imperante. Relaciones institucionalizadas en la familia, la ciudadanía, los consumidores, la nacionalidad y tantas otras formas que toma el orden social.
¿Quien inicia la guerra? El movimiento defensivo de la burguesía inicia la guerra. Las clases poseedoras consideran como delito cualquier intento de los sectores desposeídos por recuperar lo que nos ha sido negado históricamente. Es bajo estas condiciones que la burguesía se siente atacada y en su defensa lanza el golpe que desata una violencia constante. La violencia cotidiana se expresa en la privatización de servicios básicos (salud, educación), en la explotación de los recursos naturales, en la expropiación de la energía de nuestros cuerpos para beneficio capitalista. Cualquier conquista social o política de las clases desposeídas debe ser leída en clave de ofensiva, como iniciativa para la construcción de otras relaciones en otro régimen social posible. Entonces, la guerra es la consecuencia del desarrollo de la lucha de clases.
Pero el “pueblo en armas” no puede quedar atado a un momento creado bajo situaciones de lucha interburguesa, intercapitalista, por el control de la plusvalía. Los nuevos aires de la sublevación no pueden estar guiados por esa bocanada que nos permiten tomar los de arriba, hasta que un nuevo momento de orden vuelva a asfixiarnos. La lucha de clases no puede estar abandonada a la iniciativa burguesa.
Chile, Ecuador, Puerto Rico, Haití son expresiones de esa bocanada de aire y antesala de un reordenamiento capitalista cuyas consecuencias aún no alcanzamos a visualizar. Pero también son expresiones de los pueblos decididos a acometer una nueva ofensiva en la guerra por construir nuevas relaciones sociales. Cuan estructurales puedan ser estas luchas depende de nuestra capacidad de organizarnos, de construir unidad de concepción y acción.
La iniciativa revolucionaria emergerá sólo si nos hacemos cargo de la lucha de clases en su totalidad (política, económica y teórica). La debilidad del momento está en no reflexionar con la lupa de la lucha de clases, entendida como proceso contínuo y no como capítulos de un manual de historia. Reflexionar es mirar la realidad desde esta visión, para conocerla y sentar las bases de la acción. No realizar esta tarea es darle la ventaja al enemigo.
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